martes, 23 de abril de 2013

A propósito del día del idioma, los traductores.


La base de todas nuestras relaciones humanas está en la comunicación y el principal sistema de comunicación es el idioma. Se calcula que en el mundo hay aproximadamente 7.000 lenguas y aún no se ha terminado de estudiar cada recóndito lugar del planeta donde debe existir comunidades con dialectos diferentes. Si el idioma es parte esencial de la comunicación y la comunicación lo es de las relaciones humanas, ¿qué nos cuesta aprenderlo y aprehenderlo? El hecho que hayamos nacido y seamos criados con un idioma no nos hace expertos en él ni mucho menos. 

No pretendo echarles cantaleta por los garabatos y jeroglíficos que escriben algunos con el pretexto de que «hace más divertido escribir», «se ve mucho mejor» o «es para ahorrar tiempo» porque no es el caso de esta entrada (pero quiero dejar plasmada mi repulsión por ese tipo de escritura). Hoy, y desde hace mucho, me preocupa la comunicación verbal de algunos. El excesivo uso de extranjerismos como si nos avergonzáramos de nuestro idioma (aunque no vendría siendo propiamente nuestro por procesos de colonización) pero es el que primero aprendemos y es el idioma oficial de estas tierras cocaleras. Aparte de los extranjerismos, la pésima conjugación verbal de verbos usados con bastante regularidad como 'haber' tampoco ayuda a que se le saque provecho a un idioma tan rico y lleno de singularidades como es el español. 

Dejando atrás mi preocupaciones personales sobre el idioma, las traducciones es uno de los principales problemas en las que se ve amenazado el correcto uso de cierta lengua. No es un trabajo fácil y así como se necesita de mucho esfuerzo y dedicación para lograr un excelente resultado al traducir un texto de su idioma original a otro sin que éste pierda su significado, es una labor que merece todo el respeto del mundo. Los traductores tienen una función fundamental en la comunicación mundial, poder leer un escrito de origen alemán, italiano, inglés, portugués, etc., en claro español es un placer que sólo el lenguaje nos puede ofrecer. Lo ideal, dirían muchos, es leer el texto en su idioma original y aunque tienen razón, esto se convertiría en una limitación para conocer diversas culturas que plasman su haber en canciones, textos, esculturas, pinturas...

Son aproximadamente 7000 lenguas y sería imposible aprenderlas todas. Pero esto no sería un problema para por lo menos acercarse a ellas. Colombia es un país rico en dialectos y aún sin conocerlos no es pretexto para no disfrutar de un Jayeechi o cualquier otra manifestación de los pueblos indígenas. Así, culturas tan lejanas para muchos como el extremo oriente pueden ser conocidas a través de escritos traducidos por estudiosos de la misma y llegar a un acercamiento entre pueblos humanos. 

Por eso hoy en el Día del idioma le quiero agradecer a los traductores que han logrado que me acerque y disfrute textos de lenguas diferentes en la lengua que me enseñaron y criaron. Pero también aprovecho para recordarles que es un trabajo de dedicación y que sin ésta por más que conozcan la traducción exacta de cada palabra de un idioma a otra no significa que la interpretación y el significado de ese texto vaya a ser el apropiado y el que el autor nos quiere hacer entender. 

¡Feliz día del idioma! 

lunes, 22 de abril de 2013

Soliloquio.

Y un día comprendí que no era desprecio ni mucho menos fastidio. Simplemente, ya no había amor.

martes, 9 de abril de 2013

Marchen, a mí no me interesa.

Y así es, sin tanto alboroto. No pienso tomar ningún bando político acerca de las marchas, o encerrarme en la discusión de si sirven o no. Simplemente me quiero referir a la falta de tolerancia (y de razón) que hay por parte de las personas que organizan y participan en cualquier tipo de marcha. «Si no marchas estás en contra de la paz», «Si marchas estás a favor de la guerrilla» son algunas de las expresiones que se escuchan en torno a la marcha por la paz del 9 de abril. Se ha convertido en una obligación ir a marchar y no en una forma de protesta o un medio para que el pueblo se haga escuchar, sea el 'bando' que sea. 

Lo más triste es que no sólo se ha convertido en una obligación marchar, también en un pecado que se castiga con rudeza. Ya no sólo tiene tintes obligatorios sino también religiosos (Aclaré que no iba a hablar de los tintes políticos de cada marcha) convirtiendo a las marchas cada vez en algo más molesto, cansón, excluyente (cuando debería ser todo lo contrario) y polarizado. 

Sin embargo, me parece más patético aún los que marchan sin saber por qué o coaccionados por otras fuerzas con el ánimo de dañarle a los demás su convicción de marchar. Y ni hablar de los que marchan por sentirse mejores personas que los demás, por mostrar en apariencias lo que en realidad no son, por publicar una foto y que todos se den cuenta que con eso salvó al país. Esos tienen mi más profundo repudio y lástima. 

Lo que muchos marchantes no saben es que no hay mejor oportunidad que en las marchas de mostrar el civismo, que en realidad el pueblo está unido por una sola causa y que necesita ser escuchado y no vapuleado. Pero al contrario de esto, los marchantes (no todos) aprovechan este espacio para sacar lo más despreciable de sí mismos. «Adornan» la ciudad con frases trilladas, dejan basura por doquier, orinan en cualquier árbol y cuando se torna la cosa violenta es peor aún, pues los damnificados no son otros sino los dueños de establecimientos públicos y casas por donde pasa la marcha. 

Señores organizadores y participantes de marchas, no es obligación marchar, hacerlo no nos hace mejor personas y con sólo marchar no lograrán que todo se solucione. Es un acto civil y el que desee participar lo hará sin necesidad de que alguien lo esté empujando. El que no desee participar lo hará por pereza, porque no cree que la solución esté en la marcha, por un millón de motivos más o porque tiene cosas más importantes que hacer. Entonces, viva su libre derecho a la protesta y a marchar sin obligar ni mucho menos condenar a quien no quiera hacerlo.

Marchen, háganlo por convicción propia, por sus creencias pero a mí déjenme quieta porque simplemente no me interesa.