miércoles, 7 de septiembre de 2011

Todo muerto es santo.

Escuchamos a cada rato que somos indolentes a la guerra, al analfabetismo, a la discriminación, a la plutocracia, y a un sin fin de cosas más. Pero no somos indolentes con los que en realidad deberíamos serlo, con los muertos. Ojo, no con la muerte, sino con los muertos. 

Me fui para un velorio que día y no sabía que el muerto era un santo. De haberlo sabido, hubiera buscado un escapulario y lo hubiera hecho bendecir para dárselo a mi madre. Era impresionante las cosas que se decían de él. Era un gran esposo, excelente padre y un hijo ejemplar. Yo lo conocí por que era un morboso empedernido, mujeriego y borrachín. Todo el mundo lo sabía, pero nadie hablaba de ello. Era un momento de regocijo que no se podía perturbar con las indecencias del muerto que había pasado a "mejor vida". Había mucho llanto como buen velorio y me impresionó no ver plañideras llorado al santo al lado del cajón. A uno le da pena, pero en medio del cuchicheo postmortem, se escuchaban expresiones como : "Tan buen hombre que era", "en plena flor de la juventud llega y le pasa esto", "pobrecita la familia del difunto". Otros, mas consientes de la vida del muerto, cuchicheaban: "Pero menos mal se gozó la vida", "Ah marica, que embarrada este man". Y obviamente no faltaba la señora de la quinta edad: "Se murió el difunto, que pesar".

Una vez, en otro velorio en Barrancabermeja, el muerto no era santo, pero si era muy bueno. Era ladrón, y de los mejores. Igual se le veló, se le lloró, se le sufrió y se le enterró. Pero para qué ponerse a decir todas esas cosas del muerto si hay que recordarlo por las cosas buenas y no las malas. Pues no estoy de acuerdo. No hay que ocultar la vida la del muerto. Al pan pan y al vino yo.

Cuando se muere un político me recuerda al muerto del párrafo anterior. Pudo haber sido el peor político de la historia; el mas ladrón, el mas ruin. Sin embargo, está muerto y fue un hombre ejemplar, todo un ejemplo para la clase dirigente política. Si claro, claro que es un ejemplo para esa clase de ratas que nos dirigen. Que un político calaña muera debería alegrarnos, que lo llore la familia y las ratas. Todo el mundo tiene derecho hacer su duelo independientemente de lo que la persona haya sido en vida o no. Pero no hay que engañarse, el muerto no era un santo.

No es cuestión de irrespetar al difunto, es cuestión de decir las cosas como son. El hecho de morirse no redime los "actos impíos" cometidos en vida. El arrepentirse en el lecho de muerte tampoco ayuda. El morirse no lo hace a uno bueno, aunque la familia y los amigos lo quieran hacer ver a uno así. Lo hecho, hecho está. 

Por eso le digo a mis amigos, que cuando me muera, ¡Expresense! No me ubiquen en un pedestal que jamás lo he estado y no es mi intención. Al muerto, lo del muerto.

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